martes, 1 de julio de 2014

Vauxhall Cresta

Luego que General Motors compró Vauxhall Motors Ltd. en 1925, la marca en cuyo escudo campea altivo un mitológico grifo abanderado, se convirtió en una fábrica de coches europeos con claro influjo norteamericano. El primero de ellos, el 20/60 Type R, debutó en el Salón de Londres de 1927, y 35 años después, este Cresta PB fue otro caso claro de ese mestizaje angloyanqui.

 
Lo de este automóvil y su dueño, el coleccionista malagueño Juan Manuel Sánchez Davó, es todo un ejemplo de amor recurrente, iniciado en 1963, cuando su padre compró otro Vauxhall Cresta PB idéntico, nuevo, que él sólo pudo desear mucho y conducir poco hasta que en 1972 sacó el carné y su padre se lo cedió. Así pues, fue su primer coche, ¡y menudo cochazo para un chaval, en aquella época!
Eso sí, al cabo de año y medio tuvo que venderlo porque su delicado cambio estaba hecho cisco y las reparaciones amenazaban con arruinarle. Y lo peor es que la avería no se debió a su antigüedad (tenía entonces 180.000 Km) ni a la posible inexperiencia del nuevo dueño, sino a un defecto congénito del selector, que al menor descuido intentaba engranar dos relaciones a la vez.
Por fin, aquel problema hizo que el coche acabase en un desguace granadino, pero antes, durante el curso 1974-75, Juan Manuel vio al protagonista de esta prueba en Granada —donde estudiaba— y pesquisó un poco, descubriendo a quién pertenecía y que apenas lo usaban para algo más que desplazarse una vez al año a la localidad costera de Calahonda.
Sabiendo eso, no es raro que tras convertirse en abogado, cuando empezó a coleccionar clásicos y antiguos, acabara resultándole irresistible comprar un coche que no podía devolverle la juventud, claro, pero sí alguna de sus sensaciones, así que, finalmente, hace cuatro años adquirió este clon del suyo, en tan buen estado (hasta estaba guardado con bolas de alcanfor) que bastó rehacerle la moqueta para dejarlo tan flamante y original como muestran las fotos, aunque hoy día ya debe parte de su buena salud a cierto banco de piezas granadino (desguace) donde hay un donante inmejorable: su antecesor, de modo que esta historia se cierra como un círculo, gracias a un epílogo que enlaza su inicio y su final.

Ahora bien, al margen de ser un coche interesante y no muy visto, lo que me decidió a proponer y defender que lo probásemos, fue el entusiasmo con que Juan Manuel me hablaba de él cada vez que nos veíamos, y sobre todo, su sonrisa y el brillo de su mirada al hacerlo. ¿Tan cautivador sería...? Así fue como una luminosa mañana nos citamos en Estepona para comprobar las excelencias de este Chevro..., uy, perdón, Vauxhall (¡qué estaría yo pensando...!), subiendo y bajando a Sierra Bermeja por una carretera cuyas cuestas y curvas permiten sacar muchas conclusiones por kilómetro, aunque es difícil no distraerse con la belleza de sus vistas.
Y hablando de vistas, a la primera, este coche produce una impresión muy yanqui porque con sus abundantes cromados, sus generosas cotas de longitud y anchura (4,62 x 1,78) y su altura relativamente moderada (1,43), no es que sea un haiga, pero poniéndole el emblema, pasaría fácilmente por un Chevrolet compacto de su época.
Luego, al ir a montar, los tiradores de puerta -que incomprensiblemente, no han tenido continuidad ni imitadores- deparan una grata sorpresa, y es que a veces sorprende lo ventajosos que pueden resultar ciertos cambios que parecen meros caprichos estéticos: ha bastado poner el botón pulsador en prolongación de la empuñadura -en vez de perpendicular, como suelen ser-, para que el pulgar lo apriete de un modo mucho más cómodo y natural. Y otro detalle muy bien resuelto es el tapón de gasolina fijado a una tapa que abre y cierra por simple presión.
Ya dentro, resulta paradójico: sin duda, su amplitud, la luminosidad que proporcionan los tonos claros y tanta superficie acristalada, la palanca de cambio en la columna de dirección, y el asiento-respaldo delantero corrido, rigurosamente plano y con apoyabrazos, no podrían ser más típicamente yanquis. Sin embargo, el meticuloso guarnecido de todo el interior, con profusión de madera y cuero, es inequívocamente inglés. ¡Qué lío! Por suerte, cuando ya empezaba a perder demasiado tiempo analizando su genética, el freno de mano disipó mis dudas: situado entre el asiento y la puerta, tiene una empuñadura con guarda que impide presionar el botón del trinquete con la naturalidad habitual (quizá para compensar el acierto de los picaportes). Y entonces lo vi claro: un coche sin complicaciones innecesarias, con algo tan atípico, mal pensado e incómodo de manejar, tiene que ser un proyecto norteamericano... realizado en Inglaterra.
Bromas aparte, la postura de conducción resulta natural y confortable, con una acertada situación relativa de volante y pedales respecto a un amplio y bien mullido asiento que no ofrece otra sujeción lateral que el apoyabrazos abatible, pero que podría admitir tres ocupantes sin excesivo agobio, aunque el túnel de transmisión desaconseja aprovechar tanto su anchura. Bien, es el momento de empezar a rodar: embrague suave, palanca de cambio muy a mano y de manejo aparentemente agradable (digo aparentemente porque antes de dejármelo, Juan Manuel me ha dicho dos o mil veces lo de «ojo, que al menor descuido entran dos marchas a la vez», y uno recela, claro), meto primera, arranco sin problemas, y al ir a meter segunda..., sí, es verdad, este selector tiene malas intenciones, y es una pena porque como luego comprobé, el cambio está eficazmente sincronizado y los desplazamientos de la palanca son suaves y nada exagerados.
Entonces, ¿cuál es el problema? Pues que o le coges el truco y la guías perfecta y firmemente durante todo el movimiento, marcando muy bien las calles de la H, o al pasar de punto muerto habrá un amago de rascar, que no presagia nada bueno. Y aunque el peligro es mayor en caliente que en frío, cuidadín siempre: ni prisas, ni despistes. En resumen, que la opción del cambio automático Hydramatic, pese a sus inconvenientes de sobrepeso, absorción de potencia y resbalamiento, debía ser sumamente aconsejable.

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