jueves, 3 de julio de 2014

Citroën CX

Hace treinta y ocho años Citroën Hispania lanzaba al mercado español el CX 2400 Palas, un vehículo que continuaba la tradición, iniciada por la marca del doble galón con los DS, de ofrecer un comportamiento y un grado de confort muy por encima de los rivales de su época. Hoy los CX han entrado de lleno en la categoría de vehículos coleccionables gracias a su fuerte personalidad, su línea inconfundible y el marcado carácter de las mejores realizaciones de Citroën.  
 
Al comienzo de la década de los 70 Citroën estaba buscando un modelo con el que remplazar el DS sin renunciar al carácter innovador que había tenido este último. El camino seguido por la marca francesa para conseguir esa modernidad fue buscar una imagen en la que la aerodinámica, muy en boga en esos años, fuera la protagonista. De esta forma, Robert Opron, jefe de estilo en esos años, diseñó un vehículo claramente inspirado en el Proyecto L de Pininfarina al que le dio el nombre de CX para que no quedara la menor duda de que el nuevo modelo buscaba una baja resistencia aerodinámica. El CX debutó en el Salón de París de 1974 con motores de 2.000 y 2.200 cc, a los que dos años más tarde se les añadió un 2.347 cc destinado a las versiones más lujosas y al CX Prestige de chasis alargado.
Cuando Citroën Hispania decidió fabricar el CX eligió la versión más potente de la gama, el 2400 Palas, que era la que mejor se adaptaba por potencia y confort a un mercado como el nuestro. Por un lado, la red de carreteras pedía la versión con más caballos y, por otro, al tratarse de un vehículo claramente alto de precio pareció razonable ofrecerlo en su versión mejor equipada.
Puestos en contacto con el departamento de prensa de Citroën Hispania para realizar este Dossier, nos encontramos con la grata noticia de que dispusieran en su garaje de la primera unidad del CX fabricada en la factoría de Vigo. Unidad que, pese a haber rodado unos cuantos años, se encontraba en un estado de conservación envidiable.
En cuanto nos acercamos al CX, entramos en su interior y lo ponemos en marcha, no nos cabe la menor duda de que se trata de un auténtico Citroën. Con los primeros giros del motor la carrocería empieza a subir a su altura normal, el tren delantero tiene una anchura mucho mayor que el trasero, la batalla es claramente mayor de los habitual y la forma de la carrocería, pese a ser actualmente muy conocida, sigue dando la idea de que estamos en un vehículo que sale de los caminos habituales. En otras palabras, el espíritu innovador de la época de los DS sigue presente. En el interior, el volante monobrazo y el personalísimo tablero, con sus dos grandes lupas que nos informan de la velocidad y el régimen de giro del motor y sus satélites en los que se encuentran todos los mandos, nos vuelven a recordar que estamos en un Citroën. También los toques de modernidad están claramente presentes en los materiales utilizados en su interior, especialmente los plásticos que forman el salpicadero y los paneles de puertas. En los años 70 los fabricantes no trataban de disimular que un plástico era lo que era. En general el diseño está bien pensado, con un espacio bien estudiado y una calidad de materiales que con el paso de los años nos parece un poco pobre, especialmente los plásticos termoformados de las puertas y del volante, que tienen una clara tendencia a estropearse con el paso del tiempo.
 
El reencuentro con dos elementos tan personales como el tablero del CX y los satélites que agrupan todos sus mandos, nos ha dejado gratamente sorprendidos. Es cierto que las dos lupas que nos informan de la velocidad y las revoluciones no son tan claras como unos simples relojes analógicos, como los que se emplearon en la 2ª generación del CX, pero a cambio tienen el encanto de recordarnos continuamente que vamos en un auténtico Citroën de los años 70. Con los satélites ocurre algo parecido, quizá hubiera sido más racional montar unos mandos como los de la mayoría de los turismos, pero también hay que reconocer que en pocos coches se pueden manejar tantas cosas sin tener que apartar las manos de un volante que, por cierto, con su brazo único hace que las manos se encuentren un poco raras al no tener donde apoyar los pulgares.
La puesta en marcha no tiene mayores problemas, como es de esperar en un vehículo de los años 70, y la inserción de la primera se hace con precisión a pesar de una cierta dureza. Vamos pasando marchas con facilidad sin subir la mecánica a regímenes elevados, ya que el motor de 2.347 cc tiene buen empuje desde pocas revoluciones y tira sin muchos problemas de los 1.300 kilos del conjunto. Una vez caliente empezamos a apurar más las marchas y empezamos a notar que el 2,4 litros es algo más ruidoso de los que esperábamos. Pese a ir bien aislado, la realidad es que se nota que tiene su origen en los DS y que su distribución con árbol de levas lateral con varillas y balancines suena bastante más que los modernos cuatro cilindros de árbol de levas en culata. Mientras que el motor nos pone con facilidad en autovía a 120 km/h girando por debajo de las 4.000 rpm, ya hemos tenido tiempo de sobra de apreciar otros tres puntos un tanto personales del CX. El primero es su directa dirección con retorno al centro automático, bastante criticada en su época pero a la que el conductor se acostumbra con rapidez resultando una delicia para mover un conjunto del tamaño del CX en zonas viradas. También nos llamará la atención el pedal de freno; en un primer momento transmite la sensación de que no vamos a frenar, ya que no hay recorrido de pedal, paro rápidamente descubrimos que la frenada se regula simplemente con la presión que hagamos con el pie y que podemos parar en distancias realmente cortas.
 
La puesta en marcha no tiene mayores problemas, como es de esperar en un vehículo de los años 70, y la inserción de la primera se hace con precisión a pesar de una cierta dureza. Vamos pasando marchas con facilidad sin subir la mecánica a regímenes elevados, ya que el motor de 2.347 cc tiene buen empuje desde pocas revoluciones y tira sin muchos problemas de los 1.300 kilos del conjunto. Una vez caliente empezamos a apurar más las marchas y empezamos a notar que el 2,4 litros es algo más ruidoso de los que esperábamos. Pese a ir bien aislado, la realidad es que se nota que tiene su origen en los DS y que su distribución con árbol de levas lateral con varillas y balancines suena bastante más que los modernos cuatro cilindros de árbol de levas en culata. Mientras que el motor nos pone con facilidad en autovía a 120 km/h girando por debajo de las 4.000 rpm, ya hemos tenido tiempo de sobra de apreciar otros tres puntos un tanto personales del CX. El primero es su directa dirección con retorno al centro automático, bastante criticada en su época pero a la que el conductor se acostumbra con rapidez resultando una delicia para mover un conjunto del tamaño del CX en zonas viradas. También nos llamará la atención el pedal de freno; en un primer momento transmite la sensación de que no vamos a frenar, ya que no hay recorrido de pedal, paro rápidamente descubrimos que la frenada se regula simplemente con la presión que hagamos con el pie y que podemos parar en distancias realmente cortas.

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