viernes, 4 de julio de 2014

Mini clásico, un icono inigualable; los motivos de su especialidad:

Dicen las encuestas que es casi igual de influyente que el mismísimo Ford T y ni siquiera los Beatles se resistieron a poseer uno en su garaje. El Mini, con más de cincuenta años a sus espaldas, es hoy un clásico muy deseado.

Para conocer los orígenes del Mini debemos remontarnos al año 1952, cuando se creó la British Motor Company a partir de dos marcas: Austin y Morris. En aquella época, aún con la resaca de la postguerra, la BMC inglesa tenía un claro objetivo: lanzar una gama de vehículos en la que no faltara un utilitario económico, adaptado a las necesidades de la clientela de esa década.
Apenas unos años después entra en juego Alec Issigonis, ingeniero de profesión, nacido en Turquía y con ascendencia griega, aunque hijo adoptivo de Gran Bretaña. Issigonis tenía en su cabeza las líneas maestras de lo que debía ser el futuro Mini, es decir, un coche de pequeñas dimensiones pero aprovechado al máximo en todos los sentidos. Así que cuando se le hizo el encargo, casi se podía decir que estaba a medio hacer. El padre del Mini presentó su criatura en 1957 como prototipo, y dos años después el Morris Mini Minor o, simplemente Mini, ya estaba en la calle.

¿Por qué es tan especial el Mini?

El Mini es un coche que gusta. A cualquiera que lo mire directamente a los ojos le parece, como mínimo, divertido. Sin embargo, no es sólo el apartado estético el que llama la atención en este británico, sino su capacidad para combinar amplitud y 'pequeñez' en un mismo pack. Nos explicamos. Las dimensiones exteriores del Mini son de 3 metros de largo y poco más de un metro de ancho y largo. Si lo situamos en el contexto actual, su tamaño se situaría a mitad de camino ente un Smart y un utilitario urbano tipo Renault Twingo. Es decir, es un coche objetivamente pequeño que, visto bien de cerca, lo parece aún más. En vivo y comparado con el parque moderno de automóviles es simplemente minúsculo, casi un chiste sobre ruedas.

Pues bien, este envoltorio de reducidas dimensiones esconde un interior en el que caben cuatro adultos con holgura. Nada menos que el 80% del tamaño del coche va destinado al habitáculo, el resto es chapa y demás elementos que le dan forma. Esta proporción no existe ni prácticamente ha existido en ningún modelo desde que el Mini saliera a la venta hace ya más de cincuenta años. Sir Alec Issigonis, maestro de la compacidad, logró ahorrar espacio gracias a que el motor va ubicado en posición delantera transversal, a la eliminación de guarnecidos en puertas y pasos de rueda, a la adopción de unas mini ruedas que se asientan sobre llantas de 10 pulgadas y a una suspensión independiente en los dos ejes que, en vez de contar con los tradicionales amortiguadores, emplea unos tacos de goma menos aparatosos y, de paso, más baratos.

Bajo el capó no se necesitaban tampoco muchos caballos para mover con alegría al pequeño urbano con acento 'british'. El motor original, que por aquel entonces no era nuevo (data de poco después de la II Guerra Mundial) era un bloque de 850 cc con apenas 34 CV, suficientes para mover al coche con soltura y permitirle alcanzar unos correctos 115 km/h para la época. Más adelante llegarían las versiones de 1.000 y 1.275 cc, con potencias que ya rebasaban los 50 CV, hasta alcanzar el tope con el Mini Cooper, que escondía bajo el capó un 1.300 de 68 CV.

Cualquier apasionado de la conducción disfruta a los mandos de un Mini y esto de debe a lo compacto y ligero que es, a que su centro de gravedad está muy bajo y a que su tacto de chasis ofrece una sensación de agilidad inusitada. En ciudad y carreteras reviradas el coche se mueve como un ratón, rápido y certero ante las órdenes del volante. Si a esto le sumamos un motor que, aunque pequeño, da unas prestaciones acordes o incluso superiores a lo esperado y además suena a gloria, al final lo que obtenemos es una experiencia de conducción que crea adicción. Por algo es un clásico tan demandado y tan bien valorado a día de hoy?

El Mini en España

A finales de 1968 el Mini original empezó fabricarse en la planta de la localidad Navarra de Landaben (hoy propiedad de Volkswagen). Eran los Authi Mini, productos nacionales que se instalaron en nuestra geografía con orgullo. Sin embargo, el idilio hispano-británico duró poco tiempo, ya que en 1975 la fábrica atravesaba graves problemas económicos y además sufrió un incendio, lo que acabó llevando a la empresa a solicitar la suspensión de pagos y acabó desembocando en el cese de la producción. Los Minis patrios de aquella época costaban entre 92.000 y 125.000 pesetas, un precio ligeramente superior al que el español medio estaba dispuesto a pagar por un utilitario.
El resto de la historia de nuestro protagonista de hoy es bastante más reciente. En 1992 la marca fue comprada por Rover, que mantuvo la esencia original del coche aunque introdujo ciertas mejoras que lo hacían más moderno y fiable. A comienzos del siglo XXI la propiedad de Mini pasó a manos de BMW, que se lanzó a la aventura de sacar adelante un nuevo modelo que reinterpretaba el concepto del clásico. Las cosas fueron bien y la gama ha ido creciendo con un sinfín de versiones que, muchos casos, poco tienen de 'mini'. Si Issigonis levantara la cabeza, ¿qué pensaría de los Countryman, Paceman y demás?

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