El Porsche 928, con su V8 y sus aires de Gran Turismo, llegó con la idea de sustituir a un 911 que a finales de los 70 parecía perder fuelle. No lo consiguió, pero sí dejó una huella imborrable.
Hay que reconocer que en Porsche pecaron de ilusos cuando pensaron, allá por 1977, que la vida del 911 estaba llegando a su fin. El mítico deportivo parecía sentenciado por la marca, pensaban que ya había cumplido su vida útil y que era buen momento para ceder el testigo a un nuevo modelo que habría de ser mejor en todos los aspectos. Cierto es que el nueveonce era poco práctico. Rápido, sí, pero complicado de conducir, pequeño en su interior y menos turismo de lo mucha gente demandaba.
Fue entonces cuando llegó el Porsche 928. Un modelo más grande en sus aspiraciones, que se lanzó al mercado en 1978 con un diseño muy moderno para la época. Su trasera redondeada y sus faros escamoteables marcaron un cambio de tendencia en la marca. Pero la novedad no estaba solo en sus formas, sino en sus cuatro plazas utilizables, su tacto de chasis más cómodo y mejor afinado frente al de un 911 y, lo más importante, en su motor.
Lo que había bajo el capó en un V8. Por primera vez Porsche dejaba de lado sus propulsores de cuatro y seis cilindros bóxer para meterse en el mundo de los ocho cilindros en V. Además, iba montado en la parte delantera en lugar de ir descolgado sobre el eje trasero -seña de identidad de la marca hasta el momento-, estaba refrigerado por agua y llevaba la caja de cambios en la parte trasera -disposición transaxle- para lograr que el reparto de pesos fuera lo más equilibrado posible.
Semejante cambio no lo vieron con buenos ojos los amantes de Porsche, que consideraban todo aquello un sacrilegio y una ruptura de los esquemas tradicionales de la firma de Stuttgart. Pero el Porsche 928 ya estaba en el aire y empezó a venderse con una cadencia quizá algo menor de lo previsto, aunque a paso sostenido. La primera versión, denominada 928 sin más, se mantuvo en el mercado entre 1979 y 1982, y se movía gracias a un V8 de 4,5 litros y 240 CV. Se podía elegir con cambio manual de cinco velocidades o automático de tres -más adelante de cuatro-.
El hecho de ser un coche de aspiraciones burguesas hizo que se vendiera un 80% de la versión automática, frente al discreto 20% restante de la manual, algo que en un principio sorprendió a algunos. Más adelante llegó el 928 S (1980-1986), que elevó la cilindrada hasta los 4,7 litros y la potencia hasta los 300 CV; la escalada continuó con los 928 S4 (1987-1991), 928 GT (1989-1991) y con el que se encargó de cerrar la saga: el 928 GTS, que se mantuvo en el mercado entre los años 1992 y 1995, y que rugía con su 5.4 V8 de 350 CV.
Y así terminaba la historia de un Porsche realmente bello, que llegó para rehacer los pilares de la marca y que, a pesar de que se mantuvo unos buenos años a la venta, no llegó a lograr del todo su objetivo. Quizá haya que buscar la explicación -o parte de ella- en su elevado precio, ya que se convirtió en el modelo más caro de la gama. En cualquier caso, no fue capaz de desbancar al 911, que siguió su andadura en pararalelo... ¡afortunadamente! Y es que por mucho que nos guste el 928, el nueveonce es mucho nueveonce.
No hay comentarios:
Publicar un comentario