En los años 50 GM, viendo el creciente mercado de importación de vehículos deportivos, hizo su propia interpretación de lo que debía ser un vehículo de estas características. Así nacía el Corvette; un estricto dos plazas, descapotable, motor potente, carrocería de fibra, cambio manual y, sobre todo, una imagen que expresaba francamente bien la idea que los americanos tenían de un auténtico deportivo.
Si a los primeros Corvette se les recriminó una cierta falta de carácter, debido a la presencia de un simple 6 cilindros en línea debajo de su capó, la realidad es que a partir de 1955 con la llegada del motor V8 y los trabajos de Arkus-Duntov al año siguiente sobre el chasis, mejorando el reparto de masas, el Corvette empezó a convertirse en un vehículo con el que, pese a su carácter típicamente americano, el aficionado podía divertirse a sus mandos y hacer algo más que pasear por las playas de moda.
La toma de contacto la hemos realizado con un Corvette de 1961, restaurado de carrocería por American Classics y perfectamente puesto a punto en su mecánica por su propietario, Chano Vernetta. Se trata de la versión básica con una potencia de 233 CV SAE equipada con la opción de cambio automático Powerglide de 2 marchas en el que se ha hecho una pequeña modificación que los lectores expertos podrán comprobar en las fotos; se trata de la sustitución del mando del cambio, con el que se podía arrancar en cualquier marcha, por uno algo más moderno procedente de un Malibu con el que sólo se puede poner en marcha el motor con la palanca en parking y neutral. Una pequeña modificación que se ha hecho en aras de la seguridad.
Es francamente difícil acercarse al Corvette y quedarse impasible contemplando sus formas; su largo capó, rematado por sus cuatro faros prominentes, y la agresiva parrilla, ya le confieren una fuerte personalidad que se ve rematada por el parabrisas panorámico, el encuentro de la tapa de la capota integrándose con la forma trasera de los asientos y la trasera elevada, modificada en 1961, con los pilotos redondos encastrados en la chapa hacen del Corvette uno de los deportivos más atractivos de su época.
Acomodarnos en su interior, exige estirar un poco las piernas para no darnos con la rodilla en el volante, pero una vez sentados encontramos más espacio que en las anteriores versiones, al haberse modificado la forma de la caja de cambios que roba menos espacio al maletero. De nuevo nos veremos impresionados por las formas de su salpicadero típicamente americanas pero, sin embargo, pensadas con lógica ya que tanto el velocímetro, el cuentarrevoluciones y los indicadores están bien situados y se leen con facilidad. El volante llama la atención por su gran diámetro, necesario debido al hecho de que no hay servodirección, y es sencillo encontrar una posición cómoda de conducción, pese a que el asiento no puede retrasarse mucho.
El V8 se pone en marcha al primer toque del contacto emitiendo un pequeño y discreto murmullo al ralentí, con el inconfundible sonido de un V8 con dos salidas de escape independientes y la sensación de que en cuanto pisemos a fondo el acelerador dispondremos de un buen número de caballos. Sensación que se hace realidad en cuanto hacemos la primera insinuación sobre el acelerador; el Corvette acelera con rapidez gracias a la fuerza del V8, que empieza a sonar de forma seria, y a su cambio de sólo dos marchas que, si bien se encarga de que se pierda poco tiempo en cambios de marcha, tiene la pega de que a la hora de circular deja el desarrollo final un poco corto. Con 35,8 km/h a 1.000 rpm en 2ª a 120 km/h llevamos al V8 girando cerca de las 3.400 rpm y a 140 ya vamos a 4.000 rpm, regímenes de giro claramente altos para hacer largos desplazamientos. A cambio disponemos de una capacidad de recuperación impresionante que nos permite movernos con agilidad en carreteras secundarias o con curvas, terreno en el que disfrutaremos mucho más de las cualidades del Corvette que, como ya hemos dicho, no parece encontrarse muy a gusto a altas velocidades por el régimen al que hay que llevar el motor y la cantidad de ruido aerodinámico que nos llega circulando sin capota o con ella puesta.
Si queremos circular rápido en zonas viradas habrá que recordar que no sólo hace falta un motor potente y lleno de par para hacer este tipo de ejercicio, también hacen falta unos buenos frenos y un bastidor que se encargue de llevar las ruedas bien sujetas. En estos dos últimos puntos el Corvette está un poco justo; sus frenos de tambor sin servofreno cumplen simplemente con su tarea, incluso aunque se monte la opción de tambores mayores y con mejor ventilación. Por otro lado, su dirección, con 4 vueltas de volante y sin asistencia, termina cansando y el agarre puede llegar a comprometerse si abusamos de los caballos en carreteras en las que el firme no está completamente liso.
En cualquier caso, no hay que olvidar que estamos en un coche de principios de los años 60 y que en esa época no había muchos coches que ofrecieran una suspensión independiente detrás, así que el Corvette, comparado con sus coetáneos, tampoco estaba mal dotado.