Con un diseño y una técnica de hace cuatro décadas, el modesto y humeante 'Trabi' parece más antiguo de lo que es, además de haberse convertido en uno de los símbolos de la antigua Europa del Este y en un económico coche de colección.
Pocos automóviles están asociados de forma tan evidente al país que comenzó a desaparecer en 1989 y que murió en 1991, con la caída del Muro de Berlín. A lo largo de más de un cuarto de siglo, el Trabant 601 en sus diferentes versiones ha sido el utilitario por excelencia no sólo en Alemania del Este, sino en la mayoría de los países bajo tutela de la antigua U.R.S.S. Así se explica una producción cercana a los tres millones de unidades que, en buena lógica, está cimentada en una cierta calidad básica.
Pese a todas las estupideces que se pudieron escuchar en torno a este coche cuando se dejó de fabricar, su carrocería no es de cartón ni se reblandece cuando llueve. En realidad, su material tiene su origen en un estudiado proyecto de los años cincuenta para sustituir al acero y, de paso, aprovechar los excedentes de algodón y madera que tenía la antigua República Democrática Alemana. El resultado fue un nuevo material, denominado Duroplast y registrado en treinta países, que se elabora a partir de resina fenólica, algodón y serrín. Su característica más ventajosa es la de no oxidarse y su mayor defecto, que en caso de choque el Duroplast se resquebraja, en vez de irse deformando progresivamente como la chapa de acero. Por suerte para quienes accedieron a su primer automóvil gracias al Trabant, a mediados de los sesenta no estaba tan de moda eso de la seguridad pasiva como ahora, sino que primaban conceptos más simples como la economía de fabricación y de uso.
Los Trabant se fabricaban en la localidad germano oriental de Zwickau, un lugar de gran tradición automovilística desde los orígenes del nuevo invento con cuatro ruedas. De hecho, August Horch se estableció en 1903 en Zwickau y con el tiempo allí estuvo la sede del prestigioso grupo Auto Union (Audi, DKW, Horch y Wanderer). Que las fábricas de Zwickau quedasen tras la Segunda Guerra Mundial en la Alemania del Este hizo que la IFA, el organismo oficial que administraba la producción de automóviles en Alemania del Este, volviese a construir a partir de 1951 los DKW de preguerra, pero ahora con la marca IFA.
Sin embargo, es a partir de 1955 cuando surge un nuevo modelo desarrollado al completo por los técnicos de IFA. Se trata del P 70 Zwickau, todavía sin una marca concreta, pero aprovechando la mágica palabra Zwickau para expresar la contrastada solvencia mecánica de los automóviles que allí se fabricaban antes de la guerra. El motor sigue siendo el bicilíndrico DKW de dos tiempos y refrigeración líquida, mientras que su gran novedad, su primicia mundial, es la de disponer de una ligera carrocería elaborada con un material plástico (Duroplast) resistente tanto a los choques como a las vibraciones, muy elástico y buen aislante térmico.
Habrá que esperar a 1958 para conocer el primer automóvil con la marca Trabant. La palabra trabant, en el idioma alemán del momento, quería decir "satélite espacial" y la denominación de esta marca fue elegida por votación popular, que para eso este país era la República Democrática Alemana. El primer Trabant, el P 50, incorporaba ya un nuevo motor bicilíndrico dos tiempos refrigerado por aire y se le puede considerar el antecesor de nuestro protagonista, fabricándose también en versiones tipo berlina dos puertas y break de tres.
La unidad que les mostramos en las fotografías tiene una particularidad muy germano oriental, ya que su conjunto bastidor-motor está fabricado en 1970 y su carrocería tipo Kombi corresponde al año 1989, gracias a las facilidades que la propia Trabant concedía a sus usuarios para poner al día su automóvil sin un coste excesivamente desorbitado. A este respecto conviene recordar que, en los países del Este, pasaban diez años o más desde que se solicitaba un Trabant hasta que se estrenaba, con lo cual el aspirante a automovilista disponía de tiempo suficiente para ahorrar y, a cambio de su dinero, recibir un coche mucho más compacto y elemental que los que cualquier alemán occidental podría permitirse con el mismo esfuerzo económico.
Sus actuales propietarios, el matrimonio formado por Susanne e Ingo, son alemanes residentes en Vizcaya y hace algo más de doce años vieron que un concesionario Ford cercano a Hamburgo tenía amontonados unos veinte Trabant. La frontera con la antigua República Democrática Alemana estaba próxima y, en cuanto pudieron, habían sido muchos los alemanes del Este que cambiaron sus autos por otras maravillas de la técnica occidental. "Como casi me los regalaban, compré tres por doscientos cincuenta marcos (unas veinte mil pesetas). A uno le aproveché piezas y lo desguacé, otro lo regalé y, como éste tenía papeles al día, ITV y todo, me lo quedé y vine con él por carretera hasta Bilbao”, comenta Ingo con el optimismo del cazador que ha tenido un buen día.
Por supuesto, Ingo tiene otros coches antiguos y el Trabant cumple su cometido como coche-almacén y como transportista de piezas pesadas. "Es muy bueno porque es muy sencillo. Empujando y con una marcha metida, lo puedo arrancar yo sólo en el garaje. Pasa la ITV sin pegas con el CO porque, al ser de mezcla, no se lo pueden comprobar. Además, la gente se te queda mirando por la calle más que si llevases un Rolls-Royce.”
Cae una lluvia fina cuando, con Susanne al volante, llega el Trabant 601 al lugar convenido. Da igual, porque la carrocería del utilitario de color azul celeste no se oxida y hay luminosidad de sobra para la sesión fotográfica. Tosco pero sólido, el ruido que hacen las puertas al abrir es un anticipo de lo que nos espera en el interior. Los pocos botones y mandos que hay en el salpicadero están a mano y la instrumentación, formada por un solitario velocímetro redondo que marca hasta 120 km/h y un cuentakilómetros, nos recuerda que para mirar el nivel de combustible tendremos que utilizar el infalible y evocador sistema de levantar el capó, desenroscar el tapón del depósito e introducir la varilla de medición, como en un Biscuter o en un Citroën 2CV de los antiguos.
Nos hemos perdido la humareda del arranque en frío, pues los pocos kilómetros que ha recorrido Susanne han sido suficientes para llegar con el motor, todo en aleación y refrigerado por aire, a su temperatura de servicio. Su sonido recuerda el de aquellas furgonetas DKW de dos tiempos que IMOSA fabricaba en Vitoria, pero algo aumentado por la presencia de la turbina de refrigeración. El ralentí parece inestable pero es así, sólo hay que acostumbrarse y la palanca del cambio, un anacronismo de los años cincuenta, va acoplada junto a la columna de la dirección. Con el coche parado, el volante exige mucho esfuerzo a pesar de tratarse de un vehículo ligero y tener dirección de cremallera.
Embrague, palanca a la derecha y hacia abajo: ha entrado la primera marcha. Ahora habrá que pisar bastante el pedal de gas y soltar embrague con cuidado para hacer una salida normal, recordando que para pasar a segunda hay que mover la palanca hacia arriba. El cambio resulta agradable y se maneja fácil pero, en cuanto queramos hacer algo más que callejear y salgamos a carretera abierta, comprobaremos que el Trabant se asemeja a un Citroën 2CV de 435 cc: hay que pisar a fondo y ver cómo una pausada tendencia a la aceleración confirma que, efectivamente, hemos dado con el pedal correcto. En compensación, al tocar el freno se consigue una respuesta enérgica, ayudada tanto por la limitada velocidad que alcanza este coche como por la ligereza de su carrocería.
Cuando llega el momento de enfilar una zona con curvas, el Trabant manifiesta su intención de seguir recto, como si a su eje delantero no le gustase lo imprevisto. Como el subviraje que se genera es muy acusado y apenas disponemos de reserva de potencia, no hay más remedio que soltar gas y trazar fino, para hacer así que las ruedas motrices vayan marcando la ruta. Ahora, cuando del Muro de Berlín sólo quedan los trozos vendidos a coleccionistas de todo el mundo, este Trabant sobrevive como testigo de una época reciente que parece muy antigua, convertido en un sabroso juguete que salta en el tiempo.